Cosas que sólo me pueden pasar a mí...

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Vivimos en un mundo retorcido. Escribo esto cuando todavía no logro reponerme de la gran sorpresa que me dejó el regalito de un desconocido.
Para que quede claro, todo lo que he escrito es la pura verdad y no el producto de mi maravillosa e ingeniosa imaginación.

Antes de ayer salí con una amiga que no veía hace tiempo (un mes o menos? pero para nosotras es mucho tiempo), nos mensajeamos mientras estábamos en nuestros respectivos trabajos y quedamos de "relajarnos" en un barsucho habitual de Providencia. 
Ella llegó una hora tarde, y yo quería estrangularla, como a todas las personas que me hacen esperar en el lugar de encuentro. Pedimos dos caipirinhas que estaban demasiado hardcore para existir, por lo que quedamos cufifas antes de tiempo, y en algún minuto nos dimos cuenta de que ya estábamos hablando de sucesos paranormales que nos han pasado en la vida. 

Tengo que rebobinar, pude haber empezado a escribir que ése día, en la mañana, sentía que no podía tener más suerte en mi vida, porque cuando fui a preguntar a la biblioteca sobre un libro que quería leer hace años, justo lo tenían disponible a préstamo, qué felicidad conchetumadre. Lo eché en mi bolsa y me fui al trabajo contentísima. 

Vuelvo. Cuando ya nos pusimos patéticas y borrachas, no se nos ocurrió nada mejor que pedir piscola, dos piscolas más, súmale. Y mientras nos las tomábamos como agua, a mi amiga no se le ocurrió nada mejor que irnos del bar sin pagar, a lo que yo respondí, obviamente, encantada. 

No me acuerdo cómo nos fuimos del lugar, pero debimos ser lo bastante lentas y torpes, porque nos alcanzaron e igual tuvimos que pagar la cuenta, nos excusamos de que nos habían atendido mal, y de todo corazón PERDÓN, que en verdad estábamos muy ebrias y eso era muy muy en serio.
Adivinen qué? no sé cómo llegué a mi casa, tengo flashbacks del taxi, de que me estaba quedando dormida, que caminé demasiado en Avenida Providencia, y bueno, llegué a mi casa, me acosté y en mi borrachera apagué la alarma de mi celular, y adivinen, al otro día me desperté a las 11 am cuando tenía que estar en el trabajo a las 10,30. Sólo quería morir. Aprendí mi lección, o tal vez no. En el trabajo me querían matar, estaba afligida, tuve que vomitar en el baño, tuve que dormir 15 minutos en el baño y toda el agua del mundo no era suficiente para acabar con mi agonía. 

Mientras estaba dormitando sentada en la taza del guater, caí en la cuenta de que no tenía un chaleco ni mi bolsa de libros. PERDÍ LA BOLSA, PERDÍ EL PUTO LIBRO. Fui a preguntar corriendo al barsucho (dejé el trabajo y corrí) si alguien lo había visto. Me dijeron que sí, que lo tenían, y tenían el libro. DIOS, gracias, eres el mejor, te amo muchito. Pero, cinco minutos después me dijeron:

-Sorry, ya no está. Lo teníamos acá, pero ya no tenemos tu bolsa. Alguien la debe haber tomado, te podemos llamar si sabemos algo. 

Simplemente no puedes andar ilusionando porque sí a las demás personas. Quédense con la maldita bolsa, y con todo lo demás, pero por favor, devuélvanme el LIBRO. SABEN CUÁNTO TIEMPO ESPERÉ PARA LEERLO? JAMÁS LO PODRÉ LEER, NO SABRÉ QUÉ LE PASA A LOS PROTAGONISTAS, NI POR QUÉ DICEN QUE ES TAN MARAVILLOSO...
En estos momentos, una indigente de Providencia se está limpiando el culo con el libro de la Biblioteca que yo quería leer y que tengo pedido a mi nombre, con mi dirección y número de teléfono.
Me odio a mí misma, porque está bien, DIOS, ya entendí la lección que me querías dar, tengo que dejar el trago, mis jefes me dijeron lo mismo, deja el copete (en los días de semana, no olvidar).

Me fui derrotada a mi casa, sin esperanzas. Hoy en la mañana desperté con el mismo sentimiento derrotista. esperando la muerte, porque ya nada tiene sentido (nunca tanto, soy muy exagerada).

Bueno, estaba en el trabajo, cuando entra a la tienda un señor (digo señor porque no era joven, pero tampoco muy viejo) para pedirme X cosa para su hijo. Yo amablemente le vendí la X cosa para su hijo de dos años, a lo que antes de irse me mira y dice:

-¿Sabes? ando con un regalo, lo compré pensando en mi polola, osea, mi expolola. Te lo quiero dar a ti, porque en verdad si no te lo doy, lo voy a botar. Tiene ticket de cambio, por si lo quieres cambiar. 
-Bueno, emmm, lo puedes dejar, veré qué hago con él después, porque estoy un poco ocupada. Pero gracias por venir.

Pasó una media hora del incidente aislado. Hasta que me acordé de la bolsa y el regalo. Me dio cosa, pero pensé "y si es una bomba o una broma" y entré en pánico y terror, así que la abrí rápidamente para encontrarme con un set de lencería fina. Lo cerré, miré para todos lados, me empecé a reír de forma bastante rara y nerviosa. Me sentí incómoda y con vergüenza, creo que estaba roja de la sorpresa. En mi cabeza sonaba mi voz chillona e infantil: "SON UNOS CALZONES Y UNOS SOSTENES, QUÉ ONDA CONCHETUMADRE, QUÉ HAGO, QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO".

 Le conté a mi grupo de amigas, la primera que me contestó me preguntó altiro si tenían ticket de cambio, onda para cambiarlo a mi talla, y mi amiga de las caipirinhas me dijo: "qué buena anécdota (muerta de la risa), pico hueona, perdiste una bolsa y recibiste una nueva a cambio". 
DIOS actúa de formas misteriosas, mi amiga caipirinha tiene razón. 

Este capítulo de mi vida debió haberse llamado "de cómo perdí un libro y la vida me entregó lencería fina". Pero, en verdad este tipo de anécdotas descabelladas solo me pueden pasar a mí. 

Ojalá no haya sido un psicópata que me persigue hace meses y recién ahora se dignó a presentarse ante su víctima. Ojalá no aparezca de nuevo pidiéndome fotos con los sostenes y los calzones puestos. Ojalá esta lencería no tenga un micro chip con gps que le indica dónde vivo o qué hago. Me acuerdo en este momento del capítulo de Los Simpson en que Artie Ziff, el eterno patético y psicópata enamorado de Marge Simpson le regala una máscara que transforma los ronquidos de Homero en  música para que ella pueda dormir, por esa máscara él la espiaba, quizá a mí me espíen los pezones. QUÉ TERRIBLE.

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